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Por Roxana Heise

 



Es tarde ya para ciertas cosas, pero bastante temprano para otras. Realmente la vida comienza cada día y lo importante es considerarlo, hoy más que nunca.

Acabo de observar en el espejo, las canas que inútilmente pretende cubrir el tinte, esas hebras blancas que aparecen con arrogancia, enmarcando mi rostro e intentando platinar mis sienes. Años atrás me habría asustado, especialmente por esas pecas en mis mejillas producto de la edad y que me confieren un carácter ligeramente envejecido, pero bien disimulado por mis tercas facciones. Sin duda la avalancha de años que aún no se deja caer, viene a mi encuentro con gran velocidad, aunque pienso que a la vejez no debemos entregarnos de brazos caídos, sin antes dar una pelea sin cuartel, según las condiciones físicas y mentales de cada quien.

El tiempo ha hecho lo suyo, y estoy segura de que tú igualmente has cambiado, no sólo exteriormente, también desde la esencia de cuanto eres, comprometiendo tu identidad, el sentido de vida, incluso lo que alguna vez soñaste que lograrías. El tiempo de pronto nos pasa por encima como una aplanadora, dejándonos boca arriba contemplando la muerte, esa que aguarda en un rincón por nuestro último suspiro y nos trae la certeza de nuestra finitud, de la importancia de vivir cuanto queda, con una conciencia que jamás tuvimos antes.

El asunto es asumir este veranito de san Juan, cuando aún pese a los achaques propios de la edad, hay fuerza para seguir luchando y trabajando por los sueños. La pregunta que surge es la siguiente; ¿De qué manera tener esa ligereza de asumir el día a día sin contemplar la amenaza de un futuro demoledor, en una sociedad que en lugar de cuidarnos cuando envejecemos, nos vulnera y nos condena a la pobreza y la invisibilidad? Sabemos, quienes tenemos la suerte de tener un título, que las posibilidades laborales se extienden hasta avanzada edad, siempre que la salud nos acompañe, mientras tanto es mejor no pensar. ¿Has visto alguna vez un pájaro preocupado, o un animal aletargado por tribulaciones? ¿Has visto alguna hoja que no conozca su ciclo, cuando llegó el momento de abandonar el árbol? Pienso que se trata de dejar que ocurra cuanto deba ocurrir, sin morir antes de tiempo ni perder los estribos, dejando que la fe, cualquiera sea la tuya, pueda llenarte de paz, cuando parece apagarse el faro que guía tu barco. Permitir que sea esta lucha, el agua mansa de un río que no pare de fluir, mientras su corriente cristalina sea parte de esta eterna impermanencia, es el gran desafío.

Este mundo quizá esté muy lejos de ser el mundo que soñaste, pero es el mundo que existe y el único que tenemos, aprender a aceptarlo es más que una opción; una necesidad. Mira el desenfado de los jóvenes, que aprendieron a imponer su voz en las redes sociales, con una arrogancia y un desparpajo dignos de envidia. Sigue tu sabiduría y la templanza de tu experiencia, pero súbete al carro del mundo de hoy, un mundo que te necesita, aunque niegue reconocerlo.






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De pronto ocurre que todos se han marchado, no todos físicamente en realidad, pero los que quedan, parecen habitar un planeta distinto, en donde no tienes cabida posible, y te preguntas: ¿Qué hago aquí? El golpe existencial de la respuesta empieza a girar alrededor de tu cabeza como mil pájaros revoloteando, buscando el momento de ascender por sobre tu estatura para emprender un vuelo que desearías experimentar con ellos e irte quizá a algún lugar, en donde los desconocidos lo sean en toda su amplia manifestación. Es que la soledad no pasa desapercibida; es una especie de sentencia tácita para cada uno de nosotros. La soledad, es la inspiración del artista, el remanso de paz del que escribe, es el medio sublime de alcanzar la cima del yo extraviado en un viaje fantástico, cuando la realidad amenaza con destruirnos. Mirado así, quizá la soledad sea más bien una bendición, una suerte de encantamiento con la propia experiencia, con esas historias que hemos ido tejiendo, a veces con torpeza, pero con insistencia. La soledad nos muestra nuestro verdadero rostro en el espejo de su mirada, nos arrulla y nos condena a la vez, porque entendemos que la vida es un regalo prestado, de un segundo que volvemos eterno. La soledad realmente, puede volverse un grito de auxilio o de libertad, depende cuan dependientes seamos de los otros. A veces la soledad se torna molesta, inoportuna, porque no hay cosa peor que una soledad compartida entre personas, especialmente si cubren sus rostros con la máscara de la mentira o la indiferencia. ¿Qué nos impide asumirla entonces? Es que ella nos lleva el desafío de descubrirnos el rostro, de liberar esas mentiras que nos contamos, cuando las cosas se tornan difíciles y realmente no queremos, no deseamos asumir que así de duro sea todo, porque la verdad puede ser un mazazo en plena memoria, para decirnos: “mira, este es el caos de tu vida” o peor aún: “esta ciudad destruida es todo cuanto quedó de aquello…ven a caminar sus ruinas para que puedas aceptarlo."

Eso es lo duro de estar en soledad; ver las cosas como son, aceptar inevitablemente la realidad. Es que muchas veces, ni una ni dos, debemos levantarnos desde las ruinas, simplemente para comprender quiénes somos, para valorar cuanto tenemos con historia incluida, sea esta una película romántica o un thriller; es nuestra vida, nuestra experiencia y aceptarla con valor es la base, para construir en adelante los cimientos firmes de una mejor historia.



Roxana Heise


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Actualizado: 25 jul 2022

Hoy dejo que una hebra de silencio se quede conmigo, mientras recuerdo las veces, no pocas, en que he intentado controlar todo cuanto me ocurre, en un afán exitista quizá, bastante torpe, pensando o sintiendo que en cada acto de la vida debemos lograr un "buen resultado", asumido este último, como aquel que más tranquilidad o satisfacción da y que se siente en el corazón como un masaje de ángeles. Es precisamente en este punto, que nos podemos sentar a reconstruir ese mundo imaginario, heredado de una sociedad competitiva, infantilizada, que no sabe perder y ha puesto el éxito individual por sobre el bien común o la colaboración entre personas. Me quedo con esta hebra de silencio, la recojo, noto que tengo un ovillo en mis manos al que doy forma, porque quiero tejer algo abrigado, con esta sensación que he tenido, de haber fracasado en el intento de controlar mi vida con la precisión de un cirujano que no puede equivocarse.

Voy tejiendo y destejiendo aquello que se enreda, como esos sueños que se quedaron pegados al exceso de control, ese que a ratos me permite trabajar con eficiencia, a riesgo de volverse un talón de Aquiles, porque pese al control que he tenido sobre mis emociones y muchas cosas que dependen exclusivamente de mi propia reacción, he perdido reiteradamente eso que todos perdemos: la posibilidad real de controlar lo incontrolable, de evitar esos "imponderables" que aparecen de pronto, cuando estamos a punto de concretar un plan y viene una lluvia de hechos, que apaga el fuego de la hazaña que estamos a punto de consumar. Entonces todo es frustración, tristeza, culpa o incluso una extraña sensación de escozor y en los casos más graves de indefensión, por haber perdido la partida. Es que simplemente no podemos contra la naturaleza de las cosas, menos si se trata de la conducta ajena y por más que nos pese, nuestra historia inevitablemente se entreteje, con hechos vinculados a la historia de los demás. ¿Qué hacer entonces?; ¿enrabiarse con el mundo, con el día a día, con la gente? Quizá sí un poco, lo suficiente para que no duela tanto, siempre y cuando esa rabia se vaya a encender el fuego a otro lugar, para después permitir que en silencio nos acerquemos a este misterio llamado vida, en donde es preciso comprender muy íntimamente: que hay cosas que debemos evitar, situaciones que afrontar, decisiones que tomar y hasta personas que olvidar. Lo que depende de nosotros es nuestra responsabilidad, el resto de cosas, todo aquello que no podemos manejar, nos invita a respirar profundo, a seguir enhebrando la vida con el hilo firme de la experiencia, para darle forma a este chal que envuelve cálidamente y nos recuerda que somos simples seres humanos, haciendo cuanto podemos en esta existencia, para superar las penas, enfrentar las dificultades y lograr ser cada día un poquito más felices.




Roxana Heise

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